De la mano del guadarramista Julio Vías, descubrimos la casi olvidada forma tradicional de conseguir cal en el pueblo segoviano de Vegas de Matute
M. San Felipe/. El naturalista y escritor Julio Vías nos acerca en esta ocasión al antiguo y desaparecido oficio de los caleros. De la mano de Eugenio Moreno y Cesáreo Orejudo, dos de los últimos caleros de la vertiente segoviana de la Sierra, Vías nos muestra cómo se obtenía la cal mediante la calcinación de la roca caliza localizando su relato en Vegas de Matute, localidad que hoy en día conserva el mayor número de hornos antiguos de España.

Eugenio y Cesáreo en el interior de uno de los portales de las caleras del Zancao. Foto: Julio Vías.
El complejo trabajo de horneado duraba unas dos semanas, la primera para la cocción y la segunda para el enfriamiento. Una labor que solía realizarse a partir de septiembre “pues durante el verano había otros trabajos que hacer y se ganaba más jornal segando los panes que cargando leña y piedra”, contextualiza el autor. Momento en el que los campos y montes que rodean Vegas de Matute se llenaban de columnas de humo como canta la cancioncilla:
Cuando veas salir humo
de los hornos de las Vegas,
no creas que cuecen panes,
que lo que cuecen son piedras
Eugenio y Cesáreo comenzaron a trabajar la cal siendo niños, a mediados de los años 30, en una época en la que además de ir a la escuela había que trabajar en las labores de la casa y el campo para ayudar a sacar adelante a la familia. El fin de los caleros llegó entre la década los 50 y los 60, cuando el cemento suplió el uso de la cal y comenzaron a aparecer ofertas de trabajo mejor remuneradas, como supuso para Vegas de Matute la construcción de la cercana urbanización de Los Ángeles de San Rafael en 1967.
Los antiguos hornos, y testimonios como los de Eugenio y Cesáreo mantienen vivo el recuerdo de este oficio y su historia, “una historia humilde pero de gran trascendencia a la hora de reivindicar el patrimonio cultural más intangible de la sierra de Guadarrama”, señala Julio Vías.