Recuperamos la historia de una de las figuras más legendarias de nuestro país que, durante una época, habitó el Castillo Viejo de Manzanares El Real
De leyenda
Por Rosa Alonso
Tras un tiempo de silencio, ‘De Leyenda’ regresa este mes con la vida de un personaje vinculado para siempre con el Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama que quedó pendiente de conocer en abril de 2016, fecha de publicación de Los dos castillos de Manzanares El Real. Decíamos entonces:
“Pero, sin duda, el cuento más interesante de todos conserva las andanzas de uno de los habitantes del viejo castillo: Pedro González de Mendoza, obispo de Calahorra. Para conocer a este personaje de leyenda tendremos que esperar a nueva ocasión.”
Sin duda, es el momento de reconciliarnos con este peculiar clérigo y conocer un poco más sobre su vida contrastada y una parte de la que ha quedado para la imaginación y curiosidad de todos los que se acercan a sus andanzas.
Una vida de leyenda
El quinto hijo de Íñigo López de Mendoza, primer marqués de Santillana, y Catalina Suárez de Figueroa, fue una personalidad fundamental del siglo XV en España; sus padres le orientaron hacia la vida religiosa desde bien temprano y a los 14 años ya era archidiácono de la catedral de Guadalajara. De ahí, se marchó a formarse y gracias a su linaje y a sus profundos conocimientos en ‘Cánones y Leyes’, sus dos doctorados, logró gran influencia en la corte, primero con Enrique IV de Castilla y, posteriormente, con Isabel la Católica. Sería precisamente esta reina la que conocería sus más íntimos secretos.
Habríamos de gastar muchas líneas en recopilar todas las correrías y hazañas de Pedro González de Mendoza. Y es que, el ‘Gran Cardenal de España’ -hombre de religión, política y también guerra-, no fue un ser ajeno a los ‘placeres de la carne’, aunque por su posición religiosa algunos pudieran pensar que sí.
Los bellos pecados del cardenal
Se dice que dos de sus hijos -tuvo tres reconocidos en total-, fruto de su relación con Mencía de Lemos, nacieron en el Castillo Viejo de Manzanares El Real, en pleno Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama: el marqués del Cenete, Rodrigo Díaz de Vivar y Mendoza; y el conde de Mélito y señor de Almenara, Diego Hurtado de Mendoza y Lemos. Parece que sí está confirmado el alumbramiento allí de Diego, pero no el de Rodrigo que habría nacido en Guadalajara.
Sea como fuere, cabe la pregunta de cómo dos hijos, nacidos de un clérigo y la acompañante de Juana I de Castilla, acabarían viviendo en un castillo y adquiriendo títulos nobiliarios de tal rango. Aunque se dice que en ambos casos fue la mano de Isabel I de Castilla la que estuvo detrás, oficialmente su concesión recaería en el primogénito; el apoyo del cardenal sería decisivo durante la conocida como ‘Guerra de Sucesión Castellana’ y la reina adquiría gran aprecio hacia nuestro personaje, llegando a denominar a sus hijos como los lindos o bellos “pecados del cardenal”, según la versión.
Este hecho nos hace ver que no solo tendría conocimiento de la existencia de ambos, sino que les daría su ‘bendición’. Gracias a la misma, la descendencia de Pedro González de Mendoza se convertiría en los “abuelos de cuantos grandes Señores hay en España” (Historia genealógica de la Casa de Silva, 1685).
Solo hemos visto una pincelada de la legendaria vida de Pedro González de Mendoza, que, en ocasiones, le fue llevando por caminos contradictorios (cambio de bandos, descendencia siendo clérigo…), pero logró posicionar muy bien a todos los que merecían su favor. Falleció en Guadalajara en 1495, dejando sus bienes al Hospital de la Santa Cruz de Toledo, lugar donde fue enterrado. Su tumba se puede visitar en la capilla mayor de la catedral de dicha ciudad que, ya que viene al caso, también tiene mucho de legendaria.