Cuando las carreteras del Guadarrama se llenaban de nieve los cadeneros ayudaban a los viajeros que quedaban bloqueados
`El Baúl´ Jesús Vázquez OrtegaMañana del mes de enero, el temporal arrecia, un hombre pugna desesperadamente por avanzar con su coche, pero las ruedas giran locas y el vehículo se niega a seguir, el intento fracasa. El conductor desciende mirando al suelo, taciturno, sin saber cómo salir del atolladero, maldice implorando ayuda, y al final, resignado, se sienta y reflexiona, no debía de haber emprendido viaje.
Transcurridos unos minutos, solo y a merced de la tormenta, el hombre continúa abstraído en sus pensamientos, convencido de que pasarán horas hasta que pueda ser rescatado de aquella trampa gélida en medio de ningún lugar. Finalmente decide echar a andar en dirección al pueblo, quizá allí tenga suerte y encuentre ayuda.
Mientras camina advierte la magnitud de la borrasca y con la respiración entrecortada mira impresionado hacia la nada. Desciende aún unos metros más hasta que percibe voces que surgen de la ventisca, dos figuras humanas emergen gradualmente tras la cortina de hielo. Gorras de piel, botas de agua y gruesos gabanes, los individuos, diríase que inmunes al frío, se acercan arrastrando unas trabas, son dos cadeneros.
Nuestro hombre sonríe y estrecha las manos de sus salvadores, haciéndose entender a duras penas en medio del vendaval. En un abrir y cerrar de ojos el vehículo está calzado y listo para continuar. El viajero les compensa con una generosa propina, y agradecido se despide entre consejos rumbo a la primera rampa.
Trabajando bajo cero
Hubo un tiempo en que no existían autopistas, las carreteras atravesaban poblaciones o serpenteaban ascendiendo puertos, aquella red viaria trazada sobre antiguos caminos comenzaba a mostrarse obsoleta y en las zonas de montaña, la climatología invernal causaba serios problemas al tráfico rodado.
Durante años, el paso de las cotas altas entrañaba graves riesgos que podían derivar hacia un trance comprometido no sólo por la eventualidad de sufrir un accidente, sino por la contingencia de quedar aislado. Los equipos que operaban en la limpieza de vías eran exiguos y las actuaciones se llevaban a cabo con lentitud.
En esta difícil tesitura, los cadeneros destacaron por su labor, ayudando a despejar el tránsito cuando la nieve impedía circular con normalidad, permaneciendo durante horas en las orillas de las carreteras, soportando unas condiciones extremas y contribuyendo a paliar la falta de medios, procurándose un ingreso extra para sus ajustadas economías.
Aquel invierno del 56
Corrían los últimos días de febrero cuando los termómetros se desplomaron hasta límites insospechados. Las fuertes precipitaciones caídas durante una semana no concedieron tregua alguna, bloqueando las comunicaciones terrestres con multitud de localidades. En las áreas montañosas, la situación adquirió tintes trágicos ante la imposibilidad de acceder a lugares apartados para prestar la ayuda esencial a sus pobladores.
En esta ocasión la fuerza de los elementos superó con creces el peor de los pronósticos, obligando a la ciudadanía a improvisar soluciones que se convirtieron en definitivas hasta el cese del temporal, visto el desbordamiento de las administraciones para atender tal demanda de auxilio. La coyuntura alcanzó niveles de colapso, los embotellamientos llegaron a extenderse a lo largo de decenas de kilómetros y en la calzada se agolpaban cientos de vehículos a la espera de que los puertos fueran despejados.
Una vez más los cadeneros pertrechados de herramientas, hubieron de colaborar en el rescate de conductores que habían quedado bloqueados, abriendo veredas por calles y avenidas. En otros núcleos liberaron kilómetros de vía, como en el Alto del León, cuyo trazado quedó abierto cuatro días después, tras el enorme esfuerzo de trescientos operarios que a golpe de pico y pala desbloquearon el mayor atasco generado por la climatología en nuestra Sierra.
Punto y final
Llegaron las autovías, la remodelación de la antigua red de carreteras y la incorporación de la tecnología, que proporcionaron mayor operatividad a la hora de atajar las dificultades provocadas por las inclemencias meteorológicas. La construcción de infraestructuras que sorteaban las dificultades orográficas, favorecían el transporte permitiendo más rapidez y mayor seguridad en los traslados, eludiendo así los puntos más complejos en época invernal.
Consecuencia de ello fue el descenso en la solicitud de ayuda y prácticamente el uso de cadenas se restringió a vías subsidiarias con poco tránsito. La figura del cadenero fue desapareciendo de las calzadas para dar paso a otro ciclo muy distinto, en el que la técnica relevó al corazón.
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