El sol de otoño no quiso faltar a la cita. En la mañana del pasado viernes, 4 de diciembre, EL GUADARRAMISTA se embarcó en un viaje relámpago a través de la Alta Velocidad de España
P. Esteban/. A las 8:35 horas de la mañana partía hacia la capital del acueducto un convoy con todas sus plazas ocupadas -en su mayoría por ejecutivos-. Sobre unos asientos cómodos y ergonómicos, la locomotora del siglo XXI se ponía en marcha rumbo a Segovia. Casi 90 kilómetros por delante y sólo 30 minutos de trayecto: un milagro de la tecnología.
El gran monstruo metálico deja atrás las Cuatro Torres y se adentra, con sigilo pero con decisión, en la zona más septentrional de la Comunidad de Madrid. Como un águila imperial, de las que abundan en la Sierra de Guadarrama, el AVE atraviesa vertiginosamente los montes serranos ofreciendo a los viajeros un marco incomparable en el que recrear sus sueños.
Por las entrañas del Guadarrama
El tren penetra en las profundidades de las montañas envolviendo al “encorbatado” en una oscuridad simulada, rumiando túneles con una voracidad desconocida. Una vez pasados los montes fronterizos, sólo media hora después de haber partido de Chamartín, el pájaro de hierro arriba a la estación segoviana: Guiomar. El nombre de estas instalaciones se debe al apodo cariñoso con el que Antonio Machado se refería a Pilar de Valderrama Alday Martínez y de la Pedrera, poetisa con quien mantuvo una relación durante siete años. Machado visitaba semanalmente a Guiomar esperándola en la Estación del Norte.
Una puerta abierta entre las dos vertientes
Y así, en apenas un suspiro y con el tiempo justo para contemplar la belleza de una sierra que divide dos territorios casi gemelos, EL GUADARRAMISTA pisa suelo castellano-leonés. La estación de Guiomar está situada a seis kilómetros de la ciudad de Segovia, es una estación construida expresamente para el AVE ya que la tradicional estación de trenes que servía a la ciudad no reunía las condiciones necesarias para recibir a los trenes de la serie 102.
El paraje que rodea a la estación no puede ser más atractivo: las montañas con sus picos nevados al fondo y en los alrededores una infinita manta de vegetación y arena. La capital romana y su mítico acueducto pueden otearse desde la estación. El paraíso espera al viajero.
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