O cómo hacer negocio dejando morir un monumento
el Mirador
Por Isabel Pérez van Kappel
Vicepresidenta de la Sociedad Caminera
Todo aquel que, desde el año 1922, haya viajado en dirección a La Coruña por la actual A6, habrá visto esa extraña construcción de mampuesto de piedra y cubierta inclinada, a la altura de Torrelodones, en la cima de un roquedal granítico. Se trata del Canto del Pico, obra del coleccionista de arte José María del Palacio y Abárzuza, conde de las Almenas y disfrutada por su autor hasta su muerte, en 1940, cuando pasó por herencia a Franco y después a su hija.
Y desde 1977, ese bien de interés cultural permanece aparentemente abandonado a su suerte, como si fuese víctima del designio fatal de una fuerza superior contra la que nada se puede hacer. Un cuento muy acorde con la cantidad de anécdotas increíbles, inverosímiles y disparatadas que su historia y su actual aspecto avivan en la imaginación de los numerosos paseantes que se detienen a observarla, y que le viene muy bien a muchas instancias para seguir no haciendo nada más que dejar que el tiempo, el saqueo y el desconocimiento sigan haciendo de las suyas.
Sin embargo, la realidad es muy diferente. El Canto del Pico no es víctima solo de los intrusos que han entrado y lo siguen haciendo para, primero, llevarse objetos, luego romper lo que no se ha considerado merecedor de ser llevado, y después manchar las cuatro paredes que quedan. El Canto del Pico ha sido y es fundamentalmente víctima de la tacañería y la rapiña de sus dueños, disfrazadas a veces de dejadez e impotencia, y santificadas por las autoridades competentes, encantadas de llevar cuarenta años mirando para otro lado, como si nada de todo esto tuviera nada que ver con ellas.
“El Canto del Pico es fundamentalmente víctima de la tacañería y la rapiña de sus dueños”
Durante los 35 que el Canto del Pico fue propiedad del dictador Franco, todas las obras de reforma y todas las labores de mantenimiento corrieron a cargo de Patrimonio Nacional (como si fuese del Estado). La vigilancia y la seguridad también estuvieron a cargo de empleados públicos (fundamentalmente, la Guardia Civil), hasta un par de años después de la muerte de Franco. Pero en cuanto los siguientes propietarios (Carmen Franco primero y el actual propietario después) tuvieron que hacer frente a esos gastos pagándolos de sus propios bolsillos, se acabaron la vigilancia, la seguridad, el mantenimiento y las obras.
Carmen Franco se deshizo de la propiedad en 1983, “totalmente vacía de accesorios, objetos, muebles y enseres y en estado de abandono y semi-ruina”. Es verdad que para el comprador fue una ganga, ya que solo pagó trescientos de los novecientos millones de pesetas en los que estaba tasada para subasta. Y si la Administración llevaba ya cerca de seis años haciendo la vista gorda con el abandono y la depredación de que estaba siendo víctima el monumento, tampoco entonces sintió la necesidad o el deber de ejercer su derecho de tanteo.
Y siguió mirando para otro lado cuando el actual propietario, a pesar de haber conseguido todos los permisos, municipales y regionales (incluido uno para la instalación de un hotel en pleno Parque Regional de la Cuenca Alta del Manzanares) no solo no inició ninguna obra de restauración y conservación, sino que se dedicó a participar él también en el expolio, llevándose aquellos elementos que por su tamaño, peso o dificultad de transporte seguían en el edificio y que, suponemos, habrán encontrado su hueco en el mercado de subastas y anticuarios o como objeto de decoración en el salón de su casa.
“El actual propietario se dedicó al expolio, llevándose aquellos elementos que por su tamaño seguían en el edificio”
Cuando en 1994 el propietario pretendió utilizar la finca como objeto de cambio para negocios inmobiliarios en el vecino Monte de los Ángeles, el patronato del Parque Regional tomó por unanimidad el acuerdo de “Obtener la propiedad de la finca del Canto del Pico por el gran interés medioambiental que alberga”. No parece que tengan mucha prisa en el Parque para ejecutar el acuerdo…
Y cuando unos años más tarde un incendio destruyó toda la cubierta del palacio, lo primero que hizo el propietario fue decir que él no tenía dinero para pagar una nueva, así que durante cerca de tres años cambió la fisionomía del monumento que quedó abierto a la intemperie, hasta que la Comunidad decidió hacerse cargo de las obras. Mientras tanto, el propietario negociaba con la Generalitat Valenciana la venta del claustrillo de la Casa del Abad del monasterio de Santa María de la Valldigna. El precio de la operación nunca se hizo público, pero algunos medios de comunicación hablaron en su día de un millón de euros.
Y mientras tanto, el titular del palacio sigue beneficiándose de una sentencia del Tribunal Supremo de 1955, sentenciando que el Canto del Pico, “por su carácter en sí de monumento público, sería absurdo que quien se ve por imperio de la Ley, privado en absoluto de todo ingreso por un inmueble, se le declare obligado a tributar.” Con lo cual se daba por bueno que el propietario del Canto del Pico se beneficiase de una exención fiscal, a cambio, eso sí, del deber de mantenerlo en perfecto estado y de abrirlo con cierta frecuencia al público. No se cumple ni una ni otra condición, pero el propietario sigue disfrutando de beneficios fiscales.
“Una sentencia del Tribunal Supremo da por bueno que el propietario del Canto del Pico se beneficiase de una exención fiscal”
Los intrusos que son cazados haciendo pintadas y otras barrabasadas en el edificio son denunciados y juzgados, como corresponde. Pero al 7 y se afana en dejar a la posteridad una ruina, la Hacienda pública le recompensa. Y los políticos locales, regionales y nacionales siguen sin hacer nada, dejando que con el dinero de todos se subvencione la especulación con y el expolio de un bien de interés cultural, figura de máxima protección, como si el Canto del Pico ya ni existiera. Y mira que es difícil no ver su inconfundible silueta…