La batalla de El Espinar

Ha transcurrido mucho tiempo desde que las tropas españolas sucumbieran al poder invasor

`El Baúl´
Jesús Vázquez Ortega

 El pueblo indefenso es sometido a los desmanes de las huestes napoleónicas, que siembran el terror allá por donde pasan. Sin embargo la Junta Central no admite la derrota y ante la tiranía enemiga, la ciudadanía se organiza para combatir, desplegando un ejército mal armado pero valeroso, que terminará doblegando a los batallones imperiales.

Absolutismo y rapiña                                                                                                                  La ocupación de las tropas francesas en la Sierra, se cuenta por robos y represiones. Guadarrama ha sido desvalijado en repetidas ocasiones, se han llevado joyas y enseres, destruyendo sin miramientos todo lo que encuentran en su camino e irrumpiendo en edificios y establos.

En San Rafael tomaron la fonda donde instalan un destacamento como punto de enlace, extendiendo por Segovia su radio de acción, hay militares por todas partes y cualquier movimiento popular es reprimido tajantemente por patrullas.

En San Rafael tomaron la fonda donde instalan un destacamento

En cada misión de reconocimiento se producen hurtos en iglesias y haciendas, los soldados se quedan con lo que quieren, y lo que no les vale lo pisotean sin importarles las súplicas de los aldeanos, todos los templos han sido saqueados sin excepción.

Pero cada día que pasa la sed de venganza aumenta, ya no importa el poderío del contrario ni sus brutales acciones, la paciencia se agota y la ira se transforma en lucha. Desde Aldeavieja llegan rumores de los primeros choques armados que infligen constantes bajas entre las sanguinarias fuerzas de Napoleón.

Comienza la rebelión                                                                                                             Castilla hierve. En las aldeas, humildes campesinos primitivamente pertrechados plantan cara a grupos de jinetes que a golpe de sable intentan meter en cintura a la multitud. Por las calles las mujeres se defienden a dentelladas, los lugareños golpean con sus horcas a las caballerías hasta derribarlas. Los extranjeros son arrastrados hasta morir, se ven críos ensañados con los cadáveres abandonados a merced de quienes desean dar rienda suelta a su odio. Son escenas de la liberación.

Humildes campesinos primitivamente pertrechados plantan cara a grupos de jinetes

La reacción continúa. Al día siguiente, una partida de paisanos llega desde Segovia al cerro del Caloco, en las cercanías de El Espinar. No son muchos, pero son aguerridos y están decididos a morir por España.

A sangre y fuego                                                                                                                     Situados en la cima del promontorio, se reparten en torno a la vereda, ocultos detrás de las rocas, tumbados en el suelo, prestos para combatir. Delante dos hombres de contrastada valentía capitanean la agrupación, son Diego de la Fuente `el Puchas´ y Rodríguez Valdés `el Cocinero´, dos leyendas de la resistencia castellana. Al fondo, la majestuosa parada de postas proyecta su sombra sobre el terreno que dentro de unos minutos será escenario de una lucha cruel.

Excitados, divisan unas decenas de metros más abajo la columna enemiga que asciende por el camino, alertada de los últimos acontecimientos, es la guarnición de San Rafael. Sigilosos aguardan el momento oportuno, observan al orgulloso oficial que va en cabeza quien otea fijamente la cresta de la colina buscando una señal sospechosa, no hay que bajar la guardia, hace tres días una sección de paisanos atacó dos correos cerca de Otero de Herreros.

Lentamente los pelotones van acercándose al punto fatídico, hasta que inadvertidamente surgen hombres de aspecto rudo que rodean a la tropa. Atacan con mosquetones, pistoletes, piedras o palos, cualquier objeto sirve para aplastar al opresor. En cuestión de segundos la explanada del Caloco se convierte en campo de batalla en el cual el más diestro ganará la mano.

En cuestión de segundos la explanada del Caloco se convierte en campo de batalla

La desventaja hispana se suple con un valor épico que multiplica su esfuerzo, haciendo ver al Emperador el tremendo error que ha cometido subestimando al adversario. Por doquier se escuchan los insultos que se lanzan los contendientes, el fragor de la pelea rasga el silencio de la mañana. El duelo se traslada al interior del edificio prologándose durante horas, alcanzando su cénit en el patio trasero, esquivando a la muerte.

Algunos desdichados son arrojados al pozo, lúgubre prisión de donde jamás regresarán. Por momentos parece que los veteranos grognards resultarán vencedores, pero es una falsa impresión, uno a uno van cayendo arrollados por el ímpetu de los guerrilleros que rematan sin contemplaciones a los heridos.

El ejército de los pobres ha derrotado en toda regla al poderoso, los cuerpos sin vida quedan tendidos en el llano, como macabro testimonio del combate, cerrando un capítulo cuya crónica apenas tuvo resonancia más allá del entorno local, pero que supuso el principio del fin de la dominación en el sur de Castilla.

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