`Jalonados de fuego, los fieles descienden la carretera acompañados por un lejano tañido de campanas, delante la Santa Imagen escoltada por los caballeros de la Orden de Malta que marchan rodeados de un halo enigmático´
`El Baúl´ Jesús Vázquez OrtegaSon las once de la noche, la comitiva parte hacia el templo de la Vera Cruz custodiando al Cristo Yacente en su traslado hacia el sepulcro. Los cánticos casi lúgubres entonados durante el trayecto, marcan la solemnidad del acto que se repite desde hace decenas de años cada Viernes Santo en el pequeño pueblo de Zamarramala, y cuyo final es el apartado claustro templario enclavado en medio un lugar inhóspito cargado de ancestrales leyendas.
Los Templarios en cabeza, con su andar mayestático, mantienen la larga formación con tranco firme, marcial, como en las legendarias paradas que en otro tiempo protagonizara la Orden cuando se extendió por la vieja Europa hasta que su poder fuera reducido.
En el recorrido, bajo la luz de la luna, las sombras se entremezclan con la pasión, los cofrades que rinden culto a su Dios, ya muerto, exteriorizan su pesar con paso tardo en tanto avanzan al fin del itinerario. El séquito silencioso transcurre paralelo a la vega del río, hoy enmudecido, no se escucha la corriente de agua que otras veces inunda la paz habitual en estos parajes perdidos.
La procesión llega a su destino después de dos kilómetros de sigilo, de frente la puerta de la Vera Cruz rematada con las cruces de Malta donde se hace un último descanso antes de posar la urna que alberga los venerados restos del Santísimo, una escena impresionante alumbrada por el fuego de los cirios que han ido vertiendo su huella cerosa, sellando el camino como el de aquel funesto Calvario.
A la entrada dará comienzo la celebración de los Santos Oficios, al borde de la hora bruja, los caballeros se colocan en semicírculo en torno al Altar para iniciar los actos de culto.
La Vera Cruz
En el interior, sobrecogidos por el ceremonial y la peculiaridad del lugar, las sensaciones nos trasladan a épocas pretéritas, los muros de esta iglesia emanan historias de intriga que se han perpetuado hasta nuestros días.
¿Por qué se construyó aquí? ¿Qué condujo a su creador hacia este lugar? ¿Por qué su forma es distinta a otras iglesias? Estas y otras incógnitas son tema de interés para los que la visitan y del mismo modo generan teorías que curiosamente unen a aquellos que difieren en opiniones.
Su ubicación a medio camino de Segovia con vistas exclusivas del Alcázar, la convierten en uno de los lugares preferidos para la meditación y el disfrute, donde la mente se desboca creando mil conjeturas.
Hasta hace unos años se podía observar en la nave principal, dentro de una hornacina, la reliquia del Lignum Crucis, un pedazo de la Santa Cruz que por motivos de seguridad fue trasladada a la parroquia zamarriega, en el casco urbano.
La leyenda del caballero Templario
Hacía pocos años que el templo había sido finalizado, cuando cierta noche tempestuosa un caballero templario falleció a su paso por Segovia, sus compañeros, hermanos de la Orden, transportaron el cadáver hasta la cuesta de Zamarramala, allí hallaron una iglesia donde poder dar sepultura al finado.
Tras hablar con el prior, se acordó dejar el cuerpo durante toda la madrugada hasta el día siguiente. Así pues, los acompañantes se repartieron la velada en turnos para no dejar sólo el cuerpo inanimado, pero el cansancio era mucho y el sueño ganó la partida a los hombres que cedieron a la tentación del descanso.
En un golpe de viento, una de las enormes puertas de madera se abrió y unos cuervos se adentraron buscando refugio en el interior. Posados sobre unos bancos, fijaron su atención en el caballero muerto. Ante el descuido de los supuestos velantes, los córvidos se ensañaron con el desdichado ser, al cual arrancaron los ojos.
Instantes después el prior surgió de la sacristía presenciando la horrible escena, lanzándoles maldiciones para espantarlos, desde entonces jamás se les ha vuelto a ver rondando aquellos solitarios andurriales.
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