Salinas y las tres banderas blancas de la soledad, la altura y la nieve del Puerto de Navacerrada
Milenaria
Por Jaime Sanz Burdiel
Pedro Salinas (Madrid 1891-Boston 1951), el poeta del amor, el poeta de los pronombres. Uno más de los intelectuales exiliados debido a la Guerra Civil, uno más de aquella Generación del 27 poetas-profesores de español en el extranjero con destinos como Londres o Estados Unidos. En el caso de Salinas, la Guerra Civil le sorprendió en Santander y se marchó a Boston a impartir espanol.
Precisamente, de Estados Unidos fue su gran amor, y no nos referimos a su esposa, sino a una jovencita llamada Katherine que vino a un curso de español en la Universidad Menéndez Pelayo de Santander donde el profesor era el mismo Salinas.
Gracias a estos cursos de español surgió uno de los romances mas conocidos de la literatura española, dicho romance esta plasmado en la trilogía de Salinas: La voz a ti debida (1933), Razón de amor (1936), y Largo lamento (1939). Los tres poemarios conforman la evolución del idilio amoroso entre la joven estudiante estadounidense y un Salinas que, aunque casado y padre de familia, nunca plasmó un amor similar en toda su poética.
El poemario de Salinas es extenso, en este caso extraemos Navacerrada, abril del poemario Seguro azar (1924-1928). El poeta madrileno también se rinde ante la belleza de la Sierra de Guadarrama con un particular poema que puede engañar o despistar a algún que otro lector:
Navacerrada, abril
[Poema – Texto completo.]
Pedro Salinas
Los dos solos. ¡Qué bien
aquí, en el puerto, altos!
Vencido verde, triunfo
de los dos, al venir
queda un paisaje atrás;
otro enfrente, esperándonos.
Parar aquí un minuto.
Sus tres banderas blancas
-soledad, nieve, altura-
agita la mañana.
Se rinde, se me rinde,
ya su silencio es mío:
posesión de un minuto.
Y de pronto mi mano
que te oprime, y tú, yo,
-aventura de arranque
eléctrico-, rompemos
el cristal de las doce,
a correr por un mundo
de asfalto y selva virgen.
Alma mía en la tuya
mecánica; mi fuerza,
bien medida, la tuya,
justa: doce caballos.
Seguro azar, 1924-1928
Aclaramos ahora que el poeta no se refiere a una escapada idílica de carácter amorosa en las alturas, alejados del mundanal ruido. En efecto, es una escapada, pero no con su pareja, sino con su automóvil. Salinas parece jugar al despiste “Y de pronto mi mano que te oprime, y tu, yo,“…
En cualquier caso, una escapada a la Sierra siempre es algo que el alma y la mente siempre agradecen, “¡Qué bien aquí, en el puerto, altos!“. Sólo esperamos que sus tres banderas “soledad, nieve y altura” estén presentes todos los años, cuidemos el entorno y esperemos que la nieve no sea un simple recuerdo en un par de décadas.