La visión de la Sierra. Galdós

Galdós.

En su obra Miau, el protagonista sufre la epifanía moral de su vida al contemplar la Sierra de Guadarrama

Milenaria
Por Jaime Sanz Burdiel
Benito Pérez Galdós es uno de los grandes escritores de la historia de la literatura española. Fue uno de los iniciadores del movimiento realista, y prácticamente el único escritor que estuvo presente y lideró las continuas evoluciones de la literatura en la segunda mitad del siglo XIX. Aunque es conocido por sus novelas como Fortunata y Jacinta o Los episodios nacionales, entre muchísimas otras, también tuvo considerable éxito como autor de teatro.

Galdós.En la segunda mitad del siglo XIX muchos autores, tanto los pertenecientes al movimiento realista como los de la Generación del 98, marcan una constante (también por parte de pintores) donde el Guadarrama adopta el papel de escenario de fondo visto desde la capital española, y donde los protagonistas de las obras ven en la Sierra una luz lejana y pura. En otra obra de Galdós, Tristana, tenemos un buen ejemplo: “Contemplaban al caer de la tarde el grandioso horizonte de la Sierra, de un vivo tono de turquesa, con desiguales toques y transparencias, como si el azul purísimo se derramase sobre cristales de hielo.”

“En las obras de la Generación del 98, los protagonistas de las obras ven en la Sierra una luz lejana y pura”

Pero el personaje del artículo de hoy es Ramón Villaamil, protagonista de Miau. Este señor sufre la gran epifanía de su vida al contemplar la Sierra del Guadarrama. “Observó Villaamil la diferencia de tiempo con que las especies arbóreas despiertan de la somnolencia invernal y respiró con gusto el aire tibio que del valle del Manzanares subía. Dejóse ir, olvidado de su buen apetito, camino de la Montaña, atravesando el jardinillo recién plantado en el relleno, y dio la vuelta al cuartel, hasta divisar la sierra, de nítido azul con claros de nieve, como mancha de acuarela extendida sobre el papel de la casualidad más que de los pinceles del artista.

Sierra de Guadarrama.¡Qué hermoso es esto! —se dijo soltando el embozo de la capa, que le daba mucho calor— . Paréceme que lo veo por primera vez en mi vida o que en este momento se acaban de crear esta sierra, estos árboles y este cielo. Verdad que en mi perra existencia, llena de trabajos y preocupaciones, no he tenido tiempo de mirar para arriba ni para enfrente… Siempre con los ojos hacia abajo, hacia esta puerca tierra que no vale dos cominos, hacia la muy marrana Administración, a quien parta un rayo, y mirándoles las cochinas caras a ministros, directores y jefes de personal, que maldita gracia tienen. Lo que yo digo: ¡cuánto más interesante es un cacho de cielo, por pequeño que sea, que la cara de Pantoja, la de Cucúrbitas y la del propio ministro!…

“Villaamil señor sufre la gran epifanía de su vida al contemplar la Sierra del Guadarrama”

Gracias a Dios que saboreo este gusto de contemplar la Naturaleza, porque ya se acabaron mis penas y mis ahogos, y no cavilo más en si me darán o no me darán destino; ya soy otro hombre, ya sé lo que es independencia, ya sé lo que es vida, y ahora me los paso a todos por las narices, y de nadie tengo envidia, y soy…, soy el más feliz de los hombres. A comer se ha dicho y olé morena mía!” Ahora bien, para que podamos seguir diciendo “¡Qué hermoso es esto!”, para que podamos “divisar la sierra, de nítido azul con claros de nieve”, para todo ello, tenemos que cuidar las montañas. Ahora más que nunca.

 

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