A comienzos del siglo pasado las carreteras serranas se convirtieron en improvisados circuitos de velocidad
`El Baúl´Jesús Vázquez Ortega
Ni Indianápolis, ni Monza, ni Le Mans, la expectación que despertaba la prueba internacional del Guadarrama no tenía parangón con ningún otro evento deportivo. Ni tan siquiera el consabido fútbol deporte de rey por excelencia, eclipsaba la repercusión de este acontecimiento motorizado en los largos veranos de aquellos años locos.
Las petardeantes mecánicas del momento se daban cita para devorar kilómetros a tumba abierta, dando lugar a enconadas luchas por dilucidar quién era el conductor más rápido en cruzar las cimas guadarrameñas. El proceloso itinerario que los participantes debían completar, se anunciaba en prensa con grandes alharacas destacando la asistencia de personajes de alto copete, pues en gran medida, por no decir la totalidad de los que tomaban parte en la competición, pertenecían a la sociedad más granada de la época.
Cuatro ruedas desbocadas Después de tomar la salida en Guadarrama, los coches abordaban la imponente subida al puerto de Navacerrada jalonados por la fuerza pública, cuya misión era garantizar la seguridad, no fuera que algún lugareño fervoroso o en su defecto el ganado errabundo invadieran la pista, ya de por sí poco apropiada para hacer virguerías automovilísticas.
A la clásica del Guadarrama asistían personalidades de alto copete
Pero estos impedimentos, no eran óbice para que en una de las ediciones más recordadas se pudiera coronar el alto en tan sólo 38 minutos, hazaña lograda por el marqués de Ugena al volante de un auto Schneider, que posteriormente enfiló las Siete Revueltas a una velocidad de vértigo acompañado del característico fragor explosivo del motor galo. Desgraciadamente más allá el señor marqués tuvo un despiste, quedando compuesto y sin coche al volcar en un temerario alarde de pericia.
La ronda continuó por La Granja, donde el norteamericano Plattford con su Rolls Royce, hizo chirriar las ruedas delante del mismísimo Alfonso XIII que disfrutaba mucho del espectáculo, tanto por ocupar el mejor sitio como por ser rey y hacer lo que le venía en gana. La disputa fue in crescendo, en Revenga Carlos de Salamanca acorta distancias y pasa como una exhalación entre los sorprendidos pueblerinos, que atónitos comentan lo que avanzan los tiempos a la vez que jalean con mucho entusiasmo a los integrantes de la alocada caravana.
El norteamericano Plattford con su Rolls Royce, hizo chirriar las ruedas delante del mismísimo Alfonso XIII
Al llegar a San Rafael, Nedge con su Clement-Talbot estremece a la concurrencia al derrapar y casi saltar la valla del prado de la Fonda, generando gran confusión y un enorme susto. Tras controlar la maniobra asciende enrabietado el Alto del León, sin lograr culminarlo, ya que el vehículo se detiene a pocos metros, envuelto en una humareda tremenda ante la impotencia del desesperado conductor que ve perdidas sus opciones de victoria, resignándose a ser espectador abandonado en una cuneta. A la postre el coche de José Toda alcanza Guadarrama dando vueltas de campana, para retirarse sin sufrir daños de consideración.
Aún quedan dos vueltas y la lucha es cada vez más cerrada entre Plattford y Carlos de Salamanca, con diferencias exiguas tramo a tramo. Los perseguidores sufren una y mil contingencias, vuelcos, salidas de pista o pinchazos. En lo que resta de recorrido la lucha se centra en estos dos ases del volante que sortean con habilidad cualquier obstáculo, seguidos muy de cerca por el marqués de Aulencia. Después de girar a un ritmo infernal, el español se impondrá con un tiempo de cuatro horas cincuenta minutos y seis segundos, recorriendo un total de 309 kilómetros con un consumo de 83 litros de gasolina. ¡¡Viva el campeón!!
Salamanca se hizo con el triunfo tras recorrer 309 kilómetros con un consumo de 83 litros de gasolina
La gran carrera Los coches no catalizaban en absoluto la atención de estos desafíos. Las motocicletas, genuinos artificios a motor, rugían cuales monstruos voraces ávidos de engullir millas, en medio de polvorientas aceleraciones a lo largo de su singladura por las pistas de la Sierra, campo de pruebas motorísticas en las denominadas carreras a grandes pendientes, que tenían su punto de partida en el valle oriental guadarrameño.
El 13 de abril de 1923 se celebra la subida cronometrada al Alto del León, con un tiempo incierto. En el punto de salida propulsores franceses y anglosajones con sus cilindros a pleno rendimiento, provocan algún sobresalto originado por una inesperada detonación arrojada por los tubos de escape, que disuelven momentáneamente la aglomeración de curiosos que se forma alrededor de estos centauros de acero.
Tras el aplazamiento momentáneo de la salida, al filo del mediodía parte el primer participante en la categoría menor, que lucha con denuedo durante los ocho kilómetros de ascensión. Las embarradas cuestas de Tablada aguardan el atronador paso de los valientes motards, que tumban sus motocicletas con resolución a lo largo del tortuoso trazado, a velocidades más que respetables, eludiendo los profundos baches que amenazantes encuentran a su paso. El último trecho es impracticable, se suceden los derrapes y las caídas, pero se sale del atolladero.
Tumban sus motocicletas con resolución a lo largo del tortuoso trazado
Al llegar a la meta, el rostro del piloto denota la tensión acumulada durante el camino debatiéndose contra las adversas condiciones, que empeorarán paulatinamente. Así hasta veintitrés inscritos, pero todos los ojos están puestos en Zacarías Mateos `El Meteoro´ y su moto Douglas, que parten raudos de La Alameda de Guadarrama. Las primeras curvas atestadas de público, reciben al héroe zamorano con sonoros aplausos, premiando el esfuerzo que supone manejar la Douglas 500 cc en aquel lodazal.
Más arriba entra deslizándose y controlando la maniobra con maestría ante el estupor general. Hombre y máquina parecen uno solo avanzando hacia la cima, dejando atrás una estela de humo azulado que atraviesa la llegada en olor de multitudes. `El Meteoro´ se alza con el triunfo en dos categorías, afianzando su leyenda de gran piloto y batiendo el record de la prueba.
Del circuito al museo La clásica del Guadarrama se continuó celebrando hasta que en la década de los treinta, se decidió trasladar el certamen a otro lugar más seguro, pues la tecnología se fue perfeccionando en detrimento de la seguridad, optándose por las tierras alcarreñas como escenario, más llanas y exentas de profundos terraplenes.
Del mismo modo las mecánicas fueron renovándose y desplazando a las más vetustas hacia lugares insospechados, léase pajares, desguaces y con más suerte a talleres donde durmieron el sueño de los justos durante años, hasta que un simpático chalado rescató aquel viejo artefacto regalándole una nueva existencia lejos de las carreras y cerca del corazón.
5 Respuestas a “Aquellos chalados con sus viejos cacharros”