El misterio de los templarios ha dejado su huella particular en las leyendas de la Sierra de Guadarrama
`De leyenda´ Por Rosa AlonsoLa Orden de los Pobres Caballeros de Cristo, comúnmente conocidos como los Caballeros Templarios, fue en origen una de las unidades militares cristianas más famosas. La Orden del Temple, fundada hacia 1118, extendió su poder por gran parte de la Europa occidental de la época, llegando incluso, se cuenta, a la Sierra de Guadarrama.
La leyenda del Convento de Casarás (también conocido el lugar como Casa de Eraso) es un claro ejemplo de cómo una historia literaria, nacida de la imaginación de un escritor, se transforma en `rigurosa´ leyenda, gracias al poder de la tradición oral y a la fascinación que los templarios, así como el mundo que les rodea, todavía ejercen en nuestro tiempo.
El tesoro templario de Hugo de Mariñac
Perseguidos desde 1307, debido al endeudamiento que Felipe IV de Francia había contraído con la Orden, los templarios se vieron abocados a la huída, escondiendo las riquezas que desaparecían con su captura. Siguiendo este mandato, el senescal de la Orden, D. Hugo de Mariñac, llegó al Convento de Casarás, antiguo edificio de culto perteneciente al Temple. Allí, escondió su tesoro y se enamoró de una condesa castellana.
El pobre caballero no logró obtener el favor de su amada, por lo que acudió a la Cueva del Monje en busca de los servicios del hechicero local. Supo que los ritos del extraño ermitaño finalizaban con el sacrificio de un muchacho joven, así que se dispuso a raptar al primer chiquillo desprevenido que encontrara. Con su presa al hombro, se encaminó por el arroyo de las Dos Hermanas, penetrando en la falda de Peñalara.
Una herida abierta en el corazón
Al llegar a la cueva, el ermitaño le esperaba para iniciar el ritual, esperando obtener como pago el tesoro templario escondido. Con la palabra dada del senescal, el mago encendió una hoguera, pronunció unas palabras y mató al joven. Su maltrecho cuerpo se transmutó en el de la condesa, que recibió una estocada en el corazón como remate final del hechizo. Entonces, el hechicero exigió su pago y sólo recibió la risa del senescal por respuesta, que ya se veía feliz al lado de la condesa.
El brujo engañado montó en cólera y con unas palabras abrió la herida en el corazón de la condesa, que cayó muerta al instante. Hugo de Mariñac, poseído por la cólera, acuchilló a su recién erigido enemigo y corrió en busca de su caballo, galopando hacia el Convento de Casarás. Se dice que nunca llegó, que murió en algún lugar del camino y que su alma todavía cabalga a lomos de su caballo, defendiendo el tesoro de manos del hechicero muerto y de cualquier ladrón que se adentre en el convento en busca del tesoro.