Martín Rico y el Guadarrama: el arte de ver el paisaje

El Museo del Prado le dedicó una exposición monográfica coincidiendo este último año con el nacimiento del Parque Nacional

el Mirador
Por José Arias Martínez, escritor y profesor de Literatura
Entre la amplísima y destacada nómina de artistas plásticos que sintieron especial afección por el Guadarrama, ocupa un lugar sobresaliente Martín Rico (1833-1908). Considerado como el iniciador del paisajismo realista en nuestro país, sus vínculos con esta montaña y con San Lorenzo de El Escorial fueron intensos pues, además de los estéticos, los tuvo biográficos.

Autorretrato de Martín Rico.

Su padre, Antonio, casó en 1826 en segundas nupcias con Isabel Ortega, quien a la postre sería su madre, “una  morena escurialense de veintiún años”, según nota de Claude Rico Robert. Antonio ejercía de interventor y oficial primero de la Administración Patrimonial, por lo que las estancias de la familia en San Lorenzo fueron habituales. Siendo niño, el futuro artista jugaba con sus hermanos junto al Monasterio, al pie de una serranía que apenas había sido explorada.

De carácter intrépido, no pasarían muchos años antes de que se aventurase por sus abruptos parajes en busca de motivos que llevar al lienzo. Algo, por otra parte, insólito en aquellos momentos.

Sus facultades artísticas se revelaron enseguida. Discípulo de Genaro Pérez Villamil y de Vicente Camarón, este último descubrió sus dotes. El encuentro con la  montaña devino muy fértil. El agreste farallón de cumbres que se alzaba ante sus ojos debía de excitar vivamente la imaginación y la curiosidad del joven pintor. Su pasión por el paisaje nació y creció en El Escorial, adonde solía ir de vacaciones. De carácter independiente, se sentía, además, ajeno a las convenciones estéticas del género.

«De carácter intrépido, no pasarían muchos años antes de que se aventurase por los abruptos parajes serranos«

Por tal razón, se distanció de las enseñanzas de Carlos de Haes (1826-1898), maestro de una generación entera de artistas. Entre ambos existía una acentuada diferencia de estilo, pues Haes se hallaba aún lejos de practicar un realismo exento de los postulados románticos y costumbristas.

Sierra del Guadarrama. Obra de Martín Rico.

En 1858 -año en que compone Un paisaje del Guadarrama, que ilustra estas líneas- emprende viaje a Valladolid en diligencia. Pero ante la visión de la Sierra se siente tan fascinado que cambia de planes. Pide entonces bajarse en el Alto del León y, equipado con sus útiles de pintor, se aloja en un chozo. Convive por aquellos bosques con pastores, arrieros, leñadores y… bandoleros, que le confunden con un policía dado su peculiar aspecto. Fruto de esta audaz campaña fueron diversas acuarelas de arriesgada factura, donde se percibe su gusto por el detalle. Son representaciones directas de la naturaleza aunque no obvias, plenairistas, fieles a la vez que sinceras.

La emoción que le suscita la belleza del Guadarrama se despliega libre, de forma parecida a las composiciones de su amigo el pintor Aureliano de Beruete (1845-1912), en quien influyó por su tratamiento de la luz. Más tarde le dedicaría Recuerdos de mi vida (1906), autobiografía que ofrece valiosa información sobre el ambiente y las vicisitudes en que desarrolló su obra.

El Guadarrama desde las cercanías de El Escorial. Obra de Martín Rico.

Pero volvamos al cuadro Un paisaje del Guadarrama, medalla honorífica en la Exposición Nacional de Bellas Artes y precursor por su atención a la geología, entre otros aspectos. No hace mucho, durante una excursión por el Cerro Piñonero, encontré el lugar donde Rico instaló su caballete para realizarlo, a pocos metros del mencionado Alto, en la Pradera de las Hondillas.

Desde allí, su autor nos ‘abre’ una ventana a las montañas y nos ‘invita’ a verlas desde un espacio -el bosque- y en un tiempo -el de las nubes-. Y deja, sin embargo, en la rara quietud del lienzo, que la naturaleza fluya y se exprese, remansada, sin querer aprisionarla. O que permanezca en el tronco caído y en las rocas, en las piedras, en la geología de lo inmóvil. Según Lafuente Ferrari, el artista se adelantó a los pintores y profesores que descubrieron la Sierra, por lo que este cuadro tiene ‘un cierto valor de incunable’.

«Las obras serranas de Martín Rico Son representaciones directas de la naturaleza aunque no obvias, plenairistas, fieles a la vez que sinceras»

Eminente paisaje este del Guadarrama, pictórico a la vez que literario debido al elevado número y a la enorme calidad de los artistas a los que inspiró y de los que sigue siendo musa. Paulino Garagorri (1916-2007), primer editor de las obras completas de Ortega, hablaba, al referirse al mismo, del “lienzo cambiante de la Sierra”. En cualquier caso, en estos tiempos en que se rinde pleitesía a las máquinas, la pintura hace buena aquella idea formulada por Plotino (205-270) en sus Enéadas: “El ojo humano tiene su propia luz”.

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