Memorias de un maestro nacional (I)

Las vivencias de unos chiquillos en las aulas de un colegio de los setenta, fueron recogidas en un anecdotario por el profesor más querido de la localidad

`El Baúl´
Jesús Vázquez Ortega

“-¡Felisín, otra vez llegas tarde! ¿Qué te ha pasado hoy?”. “La verdad don Donato es que cogí una rana, pero se me escapo y saltó a la charca, me metí a atraparla y caí de bruces en el agua”. Las carcajadas estallaron al unísono ante la imagen desamparada del chaval, mojado de pies a la cabeza. “¡A ti te voy a dar yo rana!”…” ¡Anda siéntate y abre el libro por la página 40, los Reyes Católicos!”.

En el fondo don Donato debió contener la risa para no dar mal ejemplo, así que acercándose al ventanal encendió su sempiterno Celtas para disimular en tanto miraba a hacia la calle. Las vacaciones estaban próximas y se avecinaba la época de pruebas, el verano se atisbaba en el calendario.

La senda del Calvario

Semana de exámenes equivalía a vacaciones felices para los más aplicados, y a pavorosos días de interminables clases estivales, para aquellos cuyo cuaderno de notas reflejaba excesivos ratos de holganza. Entre estos últimos figuraba un grupo de mozalbetes que destacaba no precisamente por ser lo que se dice modélicos, y si por ir a la cola en aprobados o encabezar señaladamente la lista de calaveradas, por cuyo liderazgo parecían competir durante el curso. Los cinco días de tormento que se avecinaban en los que contriciones y prisas afloraban desde lo más profundo, ponían contra las cuerdas a estos fieles discípulos de la célebre cigarra, que se afanaban en leer apresuradamente tosas las lecciones de un tirón.

Por regla general se iniciaba el ciclo de exámenes por lo peor, es decir, por las incómodas y nunca bien ponderadas Matemáticas, rejón de muerte que desanimaba al más pintado, excepción hecha de Toñín, niño marginado por su sapiencia, que utilizaba gafas y por supuesto pertenecía a la casta de los no ajuntados.

Continuaban `los festejos´ con las consabidas Geografía e Historia y asignaturas de letras que relajaban al personal y eran en principio más fáciles, aunque no faltaran los que situaban Murcia en la Cornisa Cantábrica o el Teide cerca de Zaragoza, estos eran los que difícilmente tenían solución y estaban abocados al desastre más absoluto.

Para finalizar se atacaba el francés, por entonces asignatura en fase embrionaria en la que si se pronunciaba «monsieur, oui y café au lait” aunque fuera con acento pueblerino, pasabas el trance con holgura, ya que la profesora sabía poco más que los alumnos de aquel dichoso idioma. El epílogo a este sufrimiento lo ponían Religión, que solamente suspendían los que habían brillado por su ausencia en las catequesis, y Gimnasia que se aprobaba sistemáticamente por muy torpe que uno fuera.

Liberados al fin de las cadenas, entre sonrisas y lágrimas llegaba el fin de curso, las vacaciones estaban ahí.

El `cante´ del gallo

La Navidad, sin duda la época más añorada por todos cuando maduramos, también dio su juego en el pequeño colegio de San Rafael. Por esas fechas el ambiente religioso inundaba el alma de los colegiales, que impregnados de misticismo deseaban estar lo más cerca posible de los altares…eso, y la irresistible tentación de ser monaguillo el día de Nochebuena, lo que a ojos de los demás críos suponía un triunfo impagable y les ponía verdes de envidia.

La selección era un tanto aleatoria, pues el párroco ante tanta demanda de colocación, hacía lo que podía para no contristar a ninguno, pero eso era misión imposible. A la postre los que lograban hacerse con un hueco, eran los que quizás nadie hubiera recomendado para semejante tarea, cosa curiosa.

24 de diciembre, Misa del Gallo a las doce en punto de la noche. Un elenco de camilos que previamente había discutido de firme, casi llegando a las manos por el puesto que querían ocupar, hacía aparición en el centro de la Iglesia bajo las miradas de los feligreses y la del propio sacerdote, que con toda seguridad estaría arrepintiéndose tardíamente de la elección, pero ya no había remedio.

Comenzó la ceremonia con una puesta en escena que maravilló a los parroquianos y a las babeantes mamás de los adjuntos, que tomaron posiciones con su expresión más solemne, flanqueados por dos ciriales llevados con orgullo por un pecoso rubio con corte de pelo a tazón y un grácil pelirrojo de cabello rizado, ambos parecían extasiados con su cometido, y es que no era para menos.

La Misa transcurrió por los derroteros tradicionales hasta que llegada la Eucaristía, el coro arrancó con denodado empeño a cantar, acompañando a los asistentes que iban formando filas para recibir el Santo Sacramento. El acto se prolongó demasiado y por consiguiente la resistencia decaía, produciendo una merma en la capacidad de los pequeños querubines que cedían poco a poco al sueño seductor. Finalizado el reparto de la especies, se hizo un silencio sepulcral que fue roto por un “¡Ay el niño!”.

El pequeño rubio que sujetaba el cirial quedó completamente dormido, soltando el ornamento con tan mala fortuna que fue a caer sobre la primera fila de bancos, donde se sentaban los más fervientes prosélitos, a saber, una señora bastante sorda y su hijo tartamudo, dos octogenarias y la hermana del cura, esta tuvo que ser atendida por el médico ya que recibió el impacto en plena frente y sangraba con abundancia.

Las viejecillas estuvieron a un tris de sufrir un colapso por el susto, y fueron retiradas a la Sacristía, posiblemente allí los polvorientos santos que permanecían olvidados por la falta de ubicación, pudieran echar una mano a las afectadas. En última instancia la señora y el tartajoso, embadurnados de cera, eran socorridos por el gentío que entre curioso y servicial limpiaban a ambos con pañuelos, algunos con salivazo previo, para potenciar el efecto acicalante.

En cuanto al monaguillo, autor espontáneo del desaguisado, aprovechó la tumultuosa coyuntura para eclipsarse y salió como alma que lleva el diablo con dirección a su casa sin decir esta boca es mía, y por mucho tiempo no volvió a pisar por aquellos pagos, si bien fue blanco de furtivas miradas y cuchicheos mordaces durante unos cuantos meses.

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